“Lo correcto en el mundo de lo incorrecto.”
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“Lo correcto en el mundo de lo incorrecto.”
“Lo correcto en el mundo de lo incorrecto.”
Por
Vladimir Velázquez Matos.
¿Qué es lo correcto? ¿Qué es vivir
con corrección y dignidad? ¿Qué es ser un individuo justo, equilibrado, honesto
y coherente en un medio ambiente que aparenta desde ese punto de vista ser todo
lo contrario? ¿Es que quien intente vivir con esos principios que nos legaron
nuestros mayores están totalmente equivocados y nos hemos conformado en ser unos
fósiles inútiles en esta denominada posmodernidad líquida según Bauman? ¿Cuál es el sentido, por tanto, de seguir
siendo correctos si vamos a chocar con todo lo que nos rodea, cuando lo
contrario es lo que impera y a lo que aspira todo el mundo?
Sinceramente no lo sé, no sé
responder a todas estas preguntas porque a veces pienso que soy el que estoy
equivocado, el que siempre yerra y tropieza con la misma piedra una y otra vez,
mientras el mundo sigue su violento curso en vía contraria, animosamente
exultante, hacia un horizonte esplendoroso y lleno de luz de positivismo light y
éxito individual tal cual nos lo pintan esos nuevos gurúes y filósofos de la
vida moderna denominados “coaches” y “emprendedores” de toda laya, que no se
detienen a mirar las cosas como las vemos
el resto de los mortales, quienes, pese a todo, tuvimos por lo menos una
formación familiar estándar (mamá, papá y hermanos), sino que tenemos que
adaptarnos a los tiempos que corren y tal como si se tratase de una especie
darwinismo social: “los fuertes comiéndose a los débiles”, en donde los que no
se adapten a las nuevas prerrogativas inventadas por las élites del poder
económico (y tecnológico además), pereceremos convirtiéndonos en fiambre para
la pitanza de los nuevos lobos de la explotación, todos disfrazados de ingenuos
corderitos tecnócratas (del empresariado y de la política, por supuesto) que seguirán
manteniéndonos en la férula de la ignorancia y la estulticia, y así engrosar
sus bolsillos con suculentos beneficios del sufrimiento colectivo.
No sé realmente para donde vamos a
los que se nos hace imposible ver ese horizonte esplendoroso que todo el mundo cree
advertir (aunque ahora con el nuevo inquilino de la Casa Blanca se vea un tanto
empañado o más bien negro retinto), en donde la brecha de las riquezas entre
los pocos que lo tienen todo y el resto de los mortales que se abalanzan por
los despojos es cada vez más grande, inconmensurable, casi infinita, teniendo
un puñado de estos potentados en sus fortunas personales más dinero juntos que
el PIB de sesenta de los países que componen los denominados en vías de
desarrollo (eufemismo para los que están aplastados por el subdesarrollo como lo
es el nuestro), en donde millones, tal vez cientos de millones (en realidad se
estima que son más de mil quinientos millones de personas), se debaten día a
día en qué es lo que se van a comer o cuál miembro de la familia comerá ese día
(el plan de comida interdiaria), mientras los países más ricos, los opulentos,
para no bajar los precios de ciertos rubros: cereales, lácteos, carnes, todo
tipo de legumbres, etc., y se mantengan en un cierto nivel de ganancias en las diversas
bolsas de valores, como los comodities que son, no pocas veces se dejan perder y
hasta se destruyen a fin de mantener o elevar sus precios, mientras el resto de
la humanidad padece o muere de una enfermedad evitable como lo es el hambre
(por favor leer “El hambre” de Martín Caparrós).
Cuando veo cómo la naturaleza se
queja con dolor profundo ante la destrucción inmisericorde que nuestros
congéneres, los seres humanos, le infligimos diezmando cientos de especies
animales y de millones de hectáreas de frágiles zonas boscosas cada año, de
amplísimos espacios en los océanos con la pesca de arrastre, la caza de
cetáceos y la contaminación industrial y petrolera en el lecho marino, y sobre
todo, del aire, ese vital gas que respiramos, en donde existen ciudades cuyas
poblaciones no tienen más opción que vivir con mascarillas y anteojos
especiales para tratar de preservar la salud, y todo ello por el tan cacareado
“desarrollo” a la enésima potencia, mientras convertimos en un vertedero cataclísmico
de inmundicias a nuestro bello globo azul, que día a día se desertifica ante la
mirada indiferente de los poderosos magnates financieros, de los políticos y
demagogos que no ven más allá de sus propias narices, de su propia mediocridad
humana y estulticia; es entonces que no sé cuál es el valor de la esperanza,
palabra bella pero desgraciadamente sin sentido y la cual es proferida en un
mundo en donde abundan tantos “coaches” especializados en superficiales perogrulladas,
acompañados por sus hermanos de leche, los dizque “emprendedores”, quienes con
el cuchillo en la boca sólo saben hablar de dinero, utilidades y coger de
pendejos a la mayoría, y no ser lo que se debe ser, individuos con los ojos y
mentes bien abiertos, usando el instrumento más agudo del que pocos se quieren
hacer responsables, a saber, “el sentido común”, sentido este que ilumina esa
actitud lúcida y constructiva que muchos denominan pesimismo, pero es más bien
el estar consciente de la realidad eterna y dinámica del mundo, y que grandes
pensadores y poetas con su ejemplo engalanaron con belleza y no menos lucidez
al género humano, desde un Lao Tse pasando por un Nietzsche hasta llegar a Ciorán.
Necesitamos más deshollinadores
mentales como los mencionados para que nos enseñen a pensar, mucho más que a
todos esos engaña bobos con teorías dizque “neurolingüísticas”, de la nueva era de las
inversiones digitales y de la cartomancia on line, del neo marketing personal,
de la inteligencia artificial, etc., etc., que no van a hacer mejor al hombre
ni al mundo, muy por el contrario, lo van a sedar, lo van a mantener dormido,
mientras el planeta languidece bajo los pies de su humana vanidad.
Cuando vemos el estado en el que se
encuentra nuestro otrora bello país, de un pueblo que solía ser amante de la
paz, respetuoso de sus valores morales y patrios, de un terruño sencillo y
amable, con gente trabajadora, honrada, y lo comparamos con el lupanar en el que
se ha convertido hoy (su total antítesis), en donde a los antivalores como la
corrupción galopante y sin ningún tipo de frenos institucionales (léase
Odebrecht, Oisoe, Corde y un larguísimo etc.), o una delincuencia que sólo era
imaginable en otros territorios allende los mares, a la falta de respeto hacia
los conciudadanos, se adicionan el consumismo más grosero y sin límites, casi
inmoral por tratarse de un país pobre, muy pobre, con una clase política
inservible e inmoral en su absoluta totalidad (y no creo que haya excepciones),
con una droga y una prostitución que campea a lo largo y ancho del territorio
nacional, cual terrible huracán, convirtiendo a miles y miles de nuestros
jóvenes en esclavos de lo efímero y lo superficial; a ello se une la deuda
externa que no cesa de crecer y cuyas autoridades gubernamentales no les da la
gana de poner un freno pese a los
ejemplos cercanos que han caído en desgracia (Puerto Rico, Venezuela,
Argentina, etc.), y todo ello con el desenfreno de no pocos ciudadanos, quienes
creyendo en ese futuro prometedor, la
utopía de la hipermodernidad tecnológica mal remedada de las potencias más
avanzadas, suponen de manera equivocada que algo tenemos que sacrificar para ponernos
a tono con esos avances posmodernos o de modernidad líquida o como quieran
llamarlo, tal como comenté al principio, sin pensar que estamos al borde de un
profundo e insondable abismo, en un camino sin retorno que seguro nos llevará a
una barbarie inimaginable: esa cara del averno en la que no nos vamos a conocer
unos a otros.
Lo correcto, lo que está bien y es
justo ante Dios, la naturaleza y ante los demás seres humanos es hacer simple y
sencillamente algo elemental: “el bien”, pues la bondad es la virtud en la que
se fundamenta la esencia del hombre, más que la misma inteligencia, pues es ponerse
en el lugar de todas las criaturas vivientes y sintientes de este mundo:
humanas, animales y vegetales (y agregaría que minerales), desde la más humilde
florecilla a la más grandiosa de las ballenas, mirándolas con entera compasión
y respeto, entendiendo su dignidad intrínseca, porque el secreto de lo
correcto, aunque suene a cosa baladí y trasnochada, es únicamente amar a
nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos.
Cioran
Lao Tse
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