A Julián Amado In memoriam


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                                                A Julián Amado: In memoriam (1964-2023).

 

 

Cuando un amigo se va/queda un espacio vacío/que no lo puede llenar/la llegada de otro amigo. Cuando amigo se va/queda un tizón encendido/que no se puede apagar/ni con las aguas de un río.

 

Con los versos de esta entrañable canción que Alberto Cortez dedica a la amistad, quiero hacer un sincero homenaje a un amigo que ha partido de este plano existencial dejándonos a todos los que tuvimos el honor de conocerlo, un vacío profundo e insondable que nada ni nadie lo puede llenar.

 

Fue el pasado 17 de julio cuando nos enteramos de la tristísima e inesperada partida, tan abrupta que apenas un par de semanas atrás aún tenía muy fresco el recuerdo de la conversación animada y simpática sostenida por largos minutos como solíamos hacerlo.  Pero así es la vida, y cuando uno menos lo espera ocurren estas cosas, se va no sólo un gran amigo y colega, sino un ser humano de excepción como lo fue el gran pintor y profesor universitario Julián Amado Ortiz, una de las personas más entrañables y buenas que quien escribe estas líneas haya conocido jamás, no sólo honrándome con su amistad y sabios consejos profesionales durante los muchos años que nos llevábamos tratando, sino que fueron tan profundos nuestros lazos de cariño y camaradería, que hasta fue padrino de una de mis hijas.

 

Julián era una rara avis en nuestro panorama artístico dominicano, pues desde muy joven, siendo apenas un muchacho con algo más de veinte años, poseía el magisterio, la destreza y el dominio imaginativo de los grandes maestros del renacimiento, tanto así, que parecía imposible que alguien formado aquí, con las consabidas limitaciones de nuestro medio y sin los referentes académicos de las grandes escuelas de arte del mundo, tuviera en sus manos tal fenomenal facilidad y destreza en el dibujo y la composición, con un manejo soberbio de la anatomía y sus complicados escorzos y del retrato en particular, dando a esa edad tan temprana verdaderas lecciones magistrales dignas de esos veteranos maestros del pasado.

 

Recuerdo claramente la primera vez que supe de la existencia de Julián Amado, y fue a través de su obra en una exposición montada en el paraboloide de la Plaza de Cultura que organizaba la escuela de artes de la UASD a mediados de los años ochentas.  Dentro del conjunto me llamaron la atención unos dibujos asombrosos hechos a lápiz de color que representaban figuras humanas que se  metamorfoseaban con frutos y objetos de uso diario, una especie de collage visual pero todo realizado con la habilidad y soltura de unos materiales simples, los lápices, que usaba como si fuesen óleos, y fue tanto así, que tuve que apersonarme varias veces más a esa exposición para contemplar exclusivamente esos trabajos para estudiarlos.

 

Varios años después, en la galería de arte Propuesta, se exhibió una exposición colectiva en donde habían varias piezas de Julián y ahí fue cuando lo conocí y entablamos desde entonces muy buena camaradería, y, contrario a la imagen que me hice de él, es decir, de ser una persona inalcanzable o quizás vanidosa y pagada de sí misma debido a ese enorme talento que siempre le acompañó y no dejó de cultivar, Julián, contrario a eso, era más bien un muchacho sencillo y alegre (nunca dejó de serlo), abierto con una sonrisa franca y sincera, presto a hacer cualquier chiste tomando todas las cosas a broma, aún cuando estuviese confrontada su propia salud.

 

Tanto éxito tuvo en el campo publicitario, que siempre se lo disputaban las agencias más renombradas y prestigiosas del país debido a su excepcional dominio como ilustrador y creativo, aparte de la seriedad con que siempre afrontó sus responsabilidades docentes durante los muchos años como profesor en la cátedra univesitaria en la cual se formaron grandes dibujantes y artistas a los que jamás les regateó sus vastos conocimientos y experiencia, y pese a tener su agenda llena de trabajo y obligaciones, siempre buscaba un espacio para realizar su creación personal, su obra artística, la cual le dio muchas satisfacciones obteniendo incontables galardones, entre los que cabe mencionar el primer premio de dibujo y una mención de honor en sendas Bienales Nacionales de Artes Visuales, y recientemente el primer premio del Concurso de Arte Bellapart.

 

Su primera exposición individual en la sala Ramón Oviedo: “Claves de ser”, lo había catapultado al punto más alto de los artistas de su generación, tanto, que se le consideraba unos de los más grandes dibujantes dominicanos de todos los tiempos, y al momento presente estaba preparando su segunda muestra individual hasta que la vida lo dejó.

 

Siempre recuerdo con gran nostalgia nuestras conversaciones sobre arte, literatura, cine o sobre cualquier tema que colmaba sus intereses que eran múltiples, mostrando siempre mucha hondura y agudeza en sus observaciones matizadas de la increíble sencillez que sólo adornan a los que son verdaderamente grandes.

 

Con Julián Amado Ortiz se va probablemente el mejor artista de nuestra generación, sin dudas el número uno de todos nosotros, un verdadero heredero de Caravagio y Tiépolo, dos de sus referentes plásticos, y Norman Rockwell y Frank Frazetta en el ámbito de la ilustración.

 

Adios con tristeza te decimos querido amigo, pero a la vez siempre nos sentiremos honrados de haber compartido este espacio temporal con un gran maestro de tu calibre que iluminó con su talento a todo el arte nacional.

 

 A ti Julián estas humildes palabras para el recuerdo.

 

 

   

 

 

 

 

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