Historia universal de la infamia
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Historia universal de la infamia.
Por
Vladimir Velázquez Matos.
No, amable lector, no. No voy a desarrollar este escrito apelando al
magnífico libro de relatos de Jorge Luis Borges publicado en 1935 y que cuenta
libérrimamente hechos históricos con personajes que fueron epítome del deshonor
y la indignidad, como lo es caso de Billy the kid, entre otros, sino de la
infamia universal que desatan los poderosos, los grandes estados y grupos
corporativos con sus estructuras de poder para aplastar mediante la mentira y
la descalificación a quienes no se sujetan a sus lineamientos geopolíticos y/o
económicos, inventando hechos perversos y totalmente ajenos a la realidad, con enemigos
malísimos cuando desean alcanzar un objetivo dado, sin importarles un bledo si
hay de por medio millones de vidas humanas inocentes en juego (recuérdese bien
que como retaliación por el 9-11, además del petróleo, el caso de Irak y sus
armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas).
El tema a tratar está sustentado, cual inmenso tsunami de
falacias, por el nunca enrumbado y absolutamente díscolo estado haitiano, con
todas las infamias que se han venido vertiendo en contra de nuestro país por
todos los medios existentes, con el concurso, y he ahí lo grave, de personeros de
falaz filiación ideológica (aunque bien se sabe son neoliberales) y plumíferos mercenarios
de toda laya de esta tierra de Duarte, llamándose ellos mismos “dominicanos”
(¿?), quienes dizque representando una posición humanitaria en torno al grave
problema de los inmigrantes tanto legales como ilegales de ese hermano país, se
han dado a la tarea de despotricar y falsear la verdad de lo que está ocurriendo
de este lado con el plan nacional de regularización, y han creado tal situación de supuesta crisis
entre estos dos pueblos que, a la postre, podría llevar a una verdadera
confrontación de imprevisibles consecuencias, y todo ello por alguna prebenda
política (o académica en el menor de los casos) o un cheque proveniente del
Departamento de Estado.
Y para entrar en materia, amable
lector, permítaseme relatarle un símil por aquello de las correspondencias existentes
entre lo más grande y lo más pequeño, y es una historia verdadera ocurrida en
el seno de mi familia hace algunos años, una historia que se reproduce con sus
variantes con no poca frecuencia debido al espíritu generoso que tenemos muchos
seres humanos, y muy en particular, los dominicanos. Dicha historia ocurrió en los albores de los
años noventas, cuando un pariente nuestro que no conocíamos y que venía de la
antigua Europa del este (pues él vivía allá y le había tomado de sopetón la
caída del muro de Berlín y el reperpero que luego se armó), teniendo que
recalar de emergencia en este país con esposa e hijo oriundos de allá, y nadie
de la familia quiso acogerlo para darle una mano y así poder arreglar su
situación, la cual, hay que decirlo, era bastante complicada (no sólo por la
falta de dinero y trabajo, sino porque en el país de donde provenía, la
durísima Alemania del este, la antigua RDA, en ese momento recién unida a su
parte rica, él tenía serios problemas judiciales, empezando por su estatus
migratorio), y sólo deseaba, eso decía él, que le dieran un chance de estar
aquí, para a través de la embajada de ese país, y con la ayuda de su enlace
matrimonial con una alemana, además de un hijo de dicha nacionalidad, poder
hacer los trámites de lugar y retornar allá sin problemas.
Mi padre que era un hombre muy sensible
y leal ante cualquier penuria que pudiera acaecer dentro de la familia, viendo
esa evidente situación de desamparo y falta de solidaridad de los otros
miembros, con la venia, por su puesto, de mi madre, lo acogimos a él y a los suyos
en nuestra casa pensando que esa situación se resolvería en cosa de un par de semanas,
y, mientras todo el problema fuera resolviéndose, el pariente, pensábamos
nosotros, estaría a la altura de las circunstancias, es decir, estaría
tranquilo, sería solícito y responsable, cumpliendo él y su familia mínimamente
con las reglas de cualquier hogar ajeno que brinda amistad y cobijo por solidaridad.
¡Qué tremenda sorpresa nos
llevamos! ¡Qué error tan grave
cometimos! Al poco tiempo de estar
instalados el pariente y los suyos en nuestra casa (a quienes les habíamos dado
la alcoba de mis hermanas por ser la más grande, fresca y agradable,
acomodándose ellas en otros lugares de la casa), empezaron todos los problemas
que imaginarse uno pueda con gentes de otras costumbres (o más bien malas costumbres), pues a los pocos
días se empezaron a adueñar, cual La casa tomada de Cortázar, de todo el
inmueble, ora cocinando y haciendo comilonas a cualquier momento del día, ora ensuciando
por doquier con sus colillas de cigarros (eran fumadores empedernidos él y la
mujer), o dejando las botellas de cerveza y los platos sucios de sus comidas en
la habitación y en el fregadero por montones, y para colmo de males, invitando
a sus amistades europeas (porque habían conocido a un grupo de ellos que vivían
en Sosúa), momento en que celebraban ruidosas fiestas cuando estábamos ausentes
de la casa. Pero la copa vino a colmarse
un buen día, cuando al llegar mis padres de una cena a la cual habían sido invitados,
se encontraron con un desagradable espectáculo: un jolgorio tan tumultuoso de
gente de todas la nacionalidades y condiciones sociales con ron en mano y
música a todo volumen, con la mujer de él tambaleándose por el jumazo que tenía,
tanto, que de un momento a otro se desplomó entre alaridos debido a unos
fortísimos dolores abdominales y hubo que llevarla de emergencia al hospital,
constatando los médicos que la atendieron que, además de una intoxicación
alcohólica, la mujer estaba en un temprano proceso de gestación, y que debido
al alcohol, abortó espontáneamente (ni ella misma se había percatado de que estaba
embarazada).
Pero para no extender la historia, sólo
diré que en ese momento mis padres molestísimos y con mucha razón, se pusieron
en uno y le anunciaron al pariente de manera contundente un ultimátum,
anunciándole que fuera viendo otro lugar en donde alojarse mientras su mujer se
recuperaba (tenían casi tres meses en nuestra casa), porque ya era suficiente y
no los aguantábamos más. A la semana,
cuando ya la mujer estaba fuera de todo peligro, se mudaron a la casa de otro
tonto útil (un amigote que había hecho en el interín) quien los cobijó
inocentemente, repitiendo ellos las mismas barrabasadas que la que con nosotros
casi nos hicieron coger el monte, esto sin jamás agradecernos por lo menos la
hospitalidad que le brindamos, además de hablar horrores de nuestro trato incluso
con los familiares que nunca los acogieron (lo último que supe, después de
muchos años, es que retornaron allá y se los tragó la tierra).
Tal como dije algunas líneas atrás, he
querido establecer un paralelismo entre la historia antes comentada y lo que
está ocurriendo con nuestro país, esta PATRIA NUESTRA (palabra mal vista y la
cual es anatema por los apologistas de los denominados: “dominicanos de origen
haitiano”), de esta que es nuestra gran casa, la casa en donde vivimos todos y
buscamos entendernos a pesar de sus virtudes y evidentes defectos; el hogar en
el que podemos realizarnos y nos caracteriza por lo que somos: “DO-MI-NI-CA-NOS”,
y el cual es más que una querencia hacia nuestro lar natal, es una serie de
valores fundamentales de nuestras cosas, de nuestras costumbres y tradiciones, de
nuestros símbolos patrios, de nuestros grandes personajes (artistas,
deportistas e intelectuales) y ni hablar de algo tan fundamental como lo es la
manera de nombrar a las cosas, nuestra lengua, el español (no el chino, el
portugués, el árabe o el creole), y de qué manera nos sentimos cuando en dicho
espacio vital empezamos a perder todas ese sentido que nos singulariza, cuando
a las innumerables limitaciones que todos conocemos como son las sanitarias, la
energética, la educativa, de empleo, la judicial, la política, de seguridad
social y ciudadana y un sinfín más, se nos quiere obligar a anexar uno
inconmensurable, más allá de toda posibilidad de supervivencia: “HAITÍ”, estado
fallido y en proceso de disolución del que no somos responsables históricos
(tal como las gallaretas a sueldo de las ONGs internacionales quieren hacer
valer), tal es el caso de la descomunal carga de miseria ancestral de ese
vecino pueblo, hoy convertido en una verdadera bomba de tiempo humanitaria que
la comunidad internacional no desea asumir en su agenda, y ven más factible que
sea nuestro territorio el depositario de ese espacio vital y así evitar una
catástrofe, sin importar un comino lo que suceda con el nuestro, en uno de esos
caprichosos experimentos que las potencias ponen en práctica de “organizar”
políticamente a las naciones débiles medalaganariamente y que tanta sangre ha
vertido en el mundo (ejemplo de ello son la destrucción del imperio otomano, el
austrohúngaro, las colonias europeas en África, el insoluble problema
palestino, la división de la India y Pakistán, las Coreas, los Balcanes, etc.).
Hoy, cuando se ha visto claramente
con pelos y señales la infamia que están perpetrando contra nuestra nación
todas esas redes de grandes y famosas instituciones a nivel internacional como
la OEA, la ONU, Human Rights Watch, además de la del mismo Departamento de
Estado norteamericano, conjuntamente con innumerables personalidades intelectuales
y académicas de la más cavernaria derecha como el premio Nobel de literatura
actualmente convertido en personaje de revista del corazón, Mario Vargas Llosa,
quien nos condenó como un apartheid del Caribe; o de la vergonzosa actitud del premio Pulitzer
de la diáspora dominicana, Junot Díaz, quien en una infausta conferencia en
Miami no sólo nos acusó de racistas, sino que a la aseveración de un
contertulio suyo de que en el país hay campos de concentración, no dijo ni pío
para defender su patria; así como de
innumerables personalidades de la política internacional pagos y al servicio
del establishment del momento. Por
tanto, y en esto hay que ser categórico y estarse sin medias tintas, es penoso
que a toda ese rosario de improperios y falacias, se sume también de manera
artera, desagradecida y vil el gobierno haitiano, después de tantas ayudas y
colaboración material y humana de toda naturaleza (ver lo que pasó después del
temblor del 2010), mintiendo a diestra y siniestra ante el mundo, sin ellos
mismos hacer absolutamente nada, ni si quiera en algo tan elemental como darles
documentos de identificación a sus nacionales que pasan por la casi inexistente
frontera entre ambos territorios.
Como dominicanos, como personas que
compartimos una idea de identidad y de lo que representa la patria, conociendo
las múltiples luchas por la liberación y emancipación de nuestro gentilicio que
nos legaron nuestros padres fundadores, con Juan Pablo Duarte a la cabeza, e infinidad de héroes y heroínas que dieron lo
mejor de sí hasta la inmolación, que frente a las falacias vertidas por todo
este cúmulo de antivalores antes mencionado, debemos, además de enfrentarnos
con la verdad en todos los foros internacionales habidos y por haber, el de actuar
con los hechos, es decir, no sólo hablar, si no el hacer, pues sólo con la
unidad monolítica de todos los dominicanos es que podremos crear un frente
patriótico sólido en uno de los momentos más aciagos por los que transita la
nación toda.
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