"Una respuesta pertinente a Jorge Pineda" y "De Eichmann a las Canquiñas"

"Una respuesta pertinente a Jorge Pineda" 

Una respuesta pertinente.


Por Vladimir Velázquez

Comenzaré este comentario con una anécdota conocida por todos ocurrida en la Florencia renacentista, y fue cuando al liberar al coloso contenido dentro del gran bloque de mármol al que varios escultores de renombre habían abandonado debido a lo sobrehumano de la empresa, Miguel Ángel, cincel en mano y subido al andamio en el que daba los toques finales a su “David”, un poco acalorado y aturdido ante las impertinentes observaciones de su patrocinador, éste, admirando la excelencia de la obra sólo encontraba un defecto; decía que la nariz del atlético joven allí representado estaba demasiado desproporcionada, por lo que el artista, consciente de lo pueril de la observación y para sacarse de una vez por todas al necio de marras, tomó un poco del polvo de mármol allí esparcido, y simulando con sus herramientas que aún estaba trabajando, dejó caer poco a poco todas las partículas, y cuando tras interminables minutos finalizó su labor, el artista le preguntó qué le parecía ahora el tamaño de la nariz, el individuo sólo exclamó: “ahora está perfecto maestro”.

Con esta anécdota que nos refiere Vasari del inconmensurable artista universal que fue Miguel Ángel, deseo señalar algo muy grave que se ha introducido como novedad, o más bien, como capricho en un importante concurso privado del país: la “supervisión” por parte de curadores en el proceso creativo de los artistas, modalidad esta que más que una herramienta para tratar de encauzar los talentos hacia un objetivo estético equis, es un cercenamiento a la libertad creativa y de pensamiento de quienes pretenden producir arte, y que de manera ligera, sin un razonamiento cabal de lo que se procura (salvo el de recriminar a los supuestos artistas de domingo), propalan algunos descaminados a través de los diversos medios de comunicación, porque que se sepa, nada de lo más valioso y trascendente producido por el talento humano ha estado coartado en el limitado marco de un corsé ideológico, dogmático ni político (y no es que dentro de regímenes totalitarios no hayan existido grandes creadores), desvirtuando lo que debe ser un certamen de esa naturaleza, es decir, un evento cultural en donde primen la libertad, la imaginación y, sobre todo, la excelencia.

En estos días he escuchado con cierta perplejidad la opinión de un prestigioso artista nacional, quien desempeñándose como jurado de dicho concurso, manifestó algunas ideas débilmente fundamentadas en torno a lo que debe ser un concurso de artes visuales, sobre todo, en la defensa de unas bases que desde el momento de su publicación mostraban un carácter total y absolutamente excluyente, como de hecho se ha perpetrado, en el cual, después de una participación de más de un centenar de artistas con los denominados “dossiers”, solamente un puñado de los mismos “inevitables” han sido los beneficiados para entrar a concurso y ser monitoreados por el grupo de “curadores” en cuestión, quienes “orientarán…” (¿?) a los aspirantes a fin de obtener uno de los tres galardones que se otorgarán, como si de notas en la escuela se tratase por los deberes realizados en casa.

Al justificar el artista-jurado esa metodología comparándola a las tesis de grado o posgrado, ese señor incurrió en un lamentable desliz, ya que las tesis universitarias del área que fuere, que se sepa (aunque ahora con lo de los plagios… bueno!), son instrumentos de investigación basados en el método científico, las cuales sólo buscan verificar una hipótesis o crear teoría en base a un tema dado, cosa que es absoluta y diametralmente diferente a la labor creativa, pues en el oficio artístico se exploran elementos esenciales de la disciplina que nos vinculan a eso que llamamos inconsciente y los cuales no son cuantificables desde un punto de vista objetivo de la comprobación experimental, sino al numen poético, a la exaltación espiritual ante lo bello (no a lo bonito sino al concepto de “belleza-verdad”), ya que se trata de un ejercicio subjetivo que sólo transmite sensaciones, emociones e ideas fruto de una pulsión interna inefable que busca explicarnos la razón de ser de nosotros mismos y el universo.

Por otra parte, hubo en su discurso una opinión de mucha mayor fragilidad, tan débil y absurdamente planteada, que yo sinceramente me pregunté de si ese señor había hecho una reflexión profunda acerca del tema que en ese momento abordaba, porque parecía una elucubración proferida por una persona o muy ingenua o de parca formación (lo cual me imagino no es así), cuando aseveró enfáticamente que lo más que se había tomado en cuenta a la hora de hacer la “laboriosa selección”, era el valor del discurso escrito (hay que recordar que en esta edición del concurso todo se ha hecho en base a proyectos, obras hipotéticas, objetos aún no realizados), es decir, a toda la parte retórica de lo que se pretende, a las buenas intenciones de los creadores participantes, y no a la obra en sí ya realizada como siempre se ha estilado y aún se estila en todos los concursos serios del mundo.

Y yo, Vladimir Velázquez, artista plástico, responsablemente le pregunto:

¿Cómo es posible, señor “artista-jurado”, que usted se dirija a un medio de comunicación masivo y diga enfáticamente que lo importante en una obra plástica y visual sea sólo el aspecto teórico –retórico- y no todo lo que comprende los aspectos estilísticos, técnicos y creativos?

¿Acaso se puede juzgar una obra por lo que pueda decir verbalmente el artista que la creó y no por ella misma exprese?

¿Con cuáles parámetros juzgamos a la Sixtina, El Quijote, La Novena Sinfonía, El Guernica o El Acorazado Potemkin, por lo que pudieron decir sus creadores de las mismas o por lo que han sentido y manifestado millones de personas ante su contemplación y apreciación?

Además, ¿cómo es posible decir que la obra de Leonardo sólo se sustenta por lo que él escribió en sus múltiples códices, o que los extraordinarios cuadros de Van Gogh sin las cartas a su hermano Theo no serían lo que son hoy, ya que debido a esos escritos, según usted, es que los estudiosos han podido conocer la naturaleza de su arte?

¿Es que para llegar a ser “visible”, como usted manifiesta una y otra vez, hay que estar sustentado con toda esa “parafernalia” retórica de lo que el artista se supone que hace?

¿Y qué de los que no dejaron nada escrito acerca de su trabajo ni de ellos mismos, de los Giotto, Van Eyck, Brueghel, Tiziano, Holbein, Caravagio, Rembrandt, Velázquez, Vermeer, Gainsborough, Constable, Picasso, Oviedo y tanto otros, acaso desmerecen ante los que sí lo hicieron?

Como ve, señor “artista-jurado”, no hay que ser artista con la pluma y capacidad verbal de los mencionados da Vinci y Van Gogh, ni con la Durero, Miguel Ángel, Blake, Rosetti, Kansdinski, Klee o Domingo Liz, sólo hay que pintar, dibujar, grabar y esculpir bien, lo demás son otras cualidades ajenas a lo visual.

Y para recapitular, estimado señor, sólo le puedo decir que la actitud de los genuinos maestros, de los grandes creadores que no se dejan embaucar ante la necedad imperante representada por los sofistas de turno, es la que le conté al principio del gran maestro toscano, esto es, dejar que sólo el polvillo corra hasta que el tiempo ponga las cosas en su justo lugar.

19 de abril 2010



De Eichmann a las Canquiñas.


Por Vladimir Velázquez.

Después de una extraordinaria operación de espionaje y secuestro que asombró al mundo entero, el equipo del Mossad se llevó vivito y coleando a Israel para ser juzgado y condenado a muerte al responsable principal de la Solución Final, al super gris burócrata que con celo absoluto siguió una muy rígida “normativa” que evaporó en pocos años a millones de seres humanos en esas grandes fumarolas de la perdición como lo fueron los crematorios de los campos de exterminio nazi. Su nombre es de todos conocido: “ Adolf Eichmann.

Durante su juicio, este individuo quien en su aspecto externo parecía no matar ni una mísera mosca, tal era su talante inocente y hasta bonachón, se le increpó del porqué fue tan severo y cruel yendo más allá de los deberes a los que estaba sujeto en cuanto a sus obligaciones de oficial al mando de las deportaciones y posterior exterminio de los judíos; sólo profirió lacónicamente en el estrado, el cual estaba protegido por un vidrio blindado y en medio de la más absoluta indignación de los allí presentes, que únicamente cumplía órdenes: “todo estaba en la “normativa” que se le había encomendado”.

Muchos años después y en otro escenario, aquí en República Dominicana, escuchamos los mismos argumentos total y perversamente infundados, y si bien no se han destruido vidas humanas, sí que se está haciendo con la vida vegetal que a la postre coadyuvará en la destrucción de la nuestra, y es la tozudez rayana en vulgar estulticia de talar cuanto árbol frondoso existe para transplantar arbolitos ornamentales, gramita o las benditas palmitas (secas hoy en gran número) en todo el territorio de la ciudad capital, transformando de golpe y porrazo lo que hasta hace poco había sido una urbe verde, un verdadero vergel, por una de esmog y cemento, y sólo, según los responsables (o el responsable principal), para cumplir a cabalidad una “normativa” que nos ha desfigurado de lo que éramos como ciudad de este frondoso y verde trópico, y adquiramos la fisonomía de la principal de los everglades.

Escribo estas líneas porque me siento total y profundamente impotente, frustrado, como quizás muchísimos ciudadanos, cuando día a día, frente a nuestros ojos, vemos cómo dejan secar y luego se talan a mansalva tantos y tantos bellos árboles de tupida sombra para posteriormente colocar en su lugar una palma que no brinda ninguna (véase cómo ahora se han metido por la avenida Anacaona y han comenzado a depredar los bellos túneles de enramadas y sombras de árboles en dicha vía), y que según dicen las malas lenguas, son compradas a precios exorbitantes en viveros de algunos “amiguitos cercanos”, obteniendo pingües beneficios con el absurdo accionar que ha enriquecido sobremanera a unos pocos, a costa de hacernos más pobres a todos los ciudadanos.
Toda esta locura depredadora, toda esta defenestración de querer cambiar la fisonomía de nuestra exuberante naturaleza para querer parecernos (sin poder) a un pobre modelo artificial del gusto del actual inquilino del Ayuntamiento del Distrito, cuya culminación teratológica es el horrendo parque ubicado en la intersección de las avenidas Kennedy con Los Próceres, el denominado “Parque Temático”, que yo he rebautizado como “La parada de los monstruos”, en honor a una famosa película de los años treinta (una obra maestra de Tod Brownin en la que usó como actores a seres humanos reales monstruosos), es algo que toda persona sensata que ame sinceramente y quiera seguir viviendo en su ciudad debe tomar verdadera conciencia, ya que través de medios como el que yo utilizo, la internet, debemos decirle un “NO” rotundo a una gestión la cual se ha caracterizado más por todo lo que es externo y ornamental (léase: “las canquiñas”, parques propagandísticos con incomodísimos columpios de madera que al poco tiempo están hechos una ruina –si quiere, amigo lector, vaya a verlos y cerciórese), que a lo que son los asuntos básicos fundamentales de la ciudad, tales como la recogida eficiente y reciclado de la basura (no solamente donde se ve en los barrios de clase alta y media alta), la protección y rescate de las áreas verdes, el mantenimiento decente de los cementerios (el Cristo Redentor, donde visito cada cierto tiempo la tumba de mi padre, es una vergüenza indignante estar ahí para el doliente como los difuntos), el rescate del casco histórico de la ciudad (otrora Primada de América), el alumbrado y seguridad de amplias zonas de interés ciudadano y del turismo como el malecón, el cumplimiento de las leyes de linderos en las construcciones (esto es, que en donde antes estaba erigida una casa familiar de uno o dos pisos se construye irracionalmente una torre de más de diez), el respeto a las zonas de baja densidad (Los Cacicazgos, El Real, Mirador Sur, etc.), creación de áreas peatonales donde no las hay, rescate de zonas marginadas en núcleos urbanos de importancia (la yuquita, los praditos, los platanitos, etc.), y una lista tan larga que, si sigo, sería interminable de cosas importantes que actualmente no se llevan a cabo quién sabe por qué razones, pero que entiendo no están dentro de las prioridades de esa llamada “normativa” que sigue el incumbente a pies juntillas de esa cartera por estar en otras cosas (quizás ideando un nuevo sainete a los que nos tiene ya acostumbrados).

Cuando escribo estas líneas, no lo hago porque me mueva ningún interés político ni mucho menos partidario porque no milito ni pertenezco a ninguno (gracias le doy a Dios, ni lo podría hacer en vista del triste accionar de los tres principales: blanco, morado y rojo), sino por el hondo desconsuelo que me causa el ver a mi ciudad cada día más fea y depredada de sus bellos y frondosos árboles, cada vez más sucia y gris por el descuido de todos, cada vez más irracional e inhumana en su torpe trazado urbanístico debido al descontrol y mafias de la industria de los bienes raíces (hoy, como vaticinaron algunos eminentes arquitectos y urbanistas hace más de una década, Santo Domingo es una megalópolis de la locura), en donde cada día se hace más que imposible una vida digna y decente debido a la no implementación de normas restrictivas que nos obliguen a ser mejores ciudadanos y a cuidar de nuestra capital.

Y antes de concluir este breve esbozo de desahogo personal, pero muy sincero y puntual, quiero recordar un hecho que se entronca con el comienzo de estas líneas, es decir, con Herr Eichmann, y fueron las lamentables palabras que hace unos meses expresó en un medio público un cercano colaborador del Síndico del Distrito (hoy convertido en Alcalde), al cuestionársele del porqué de la premura y saña con el que se está perpetrando el corte de todos los árboles, la siembra y transplantación de algunos arbolitos y, principalmente, la colocación de palmas a todo lo ancho y largo de la ciudad; este personaje por quien hay que sentir más pena y vergüenza ajena que disgusto, dijo con absoluto y mayestático desparpajo que, además de seguir con la requetebendita “normativa” aprobada en la Sala Capitular (¿…RD$...?), sembrando árboles autóctonos no dañinos para las aceras y contenes, además de ahorrarse un dinero por el cabildo porque no hay la necesidad de podarlos constantemente, y agregó, cito: “de esa manera acabaremos con todos los vagos y chiriperos que están cogiendo fresco bajo las sombras de los árboles y que tanto afean a la imagen de la ciudad frente a los turistas que nos visitan…”
“Sin comentarios”.

Tala de árboles en la loma Isabel de Torres

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