La República Dominicana según Leticia Tonos.
La República
Dominicana según Leticia Tonos.
Por
Vladimir Velázquez Matos.
A mediados
de los años treinta en Alemania, una ex bailarina de ballet, actriz
cinematográfica de talento y fotógrafa de ojo atento e inquisidor, rodaba dos
de los filmes documentales que se convertirían en uno de los medios de
propaganda más efectivos y rotundos del régimen que la patrocinaba y del que
ella era una abnegada seguidora, exhibiendo con una alta dosis de belleza plástica,
talento para captar el momento justo de una acción y notable habilidad
narrativa, lo que hizo creer a pies juntillas a uno de los pueblos más cultos y
civilizados del mundo era su supremacía racial y su derecho a que el entorno
geográfico más allá de sus fronteras se convirtiese en su espacio vital de
dominio (lebenraum), generando pocos años después esta brillante pero maligna
propaganda, uno de los hechos más deleznables y sanguinarios que la historia
del hombre recuerde: “la segunda guerra mundial y los campos de exterminios
nazis.” Nos referimos, pues, a la gran
cineasta alemana Leni Riefenstahl.
“Triunph
des willens” y “Olympia” están consideradas por la crítica universal como dos
obras maestras cinematográficas a pesar de su profunda carga propagandística
del régimen nazi (y realmente son dos modelos que tienen muy en cuenta los
realizadores modernos para este tipo de trabajo, sobre todo en el campo
político), películas estas además de otras de similar calidad que eran
supervisadas también por el mentor de la gran cineasta, ese genio mefistofélico
y fanático irrefrenable que fue Joseph Goebels, responsable principal de la
imagen todopoderosa del Tercer Reich.
Pero no sólo estas dos monumentales obras son
el ejemplo perfecto de lo que es la propaganda en el cine, sino que genios
innovadores como lo fueron David Wark Griffith con “El nacimiento de una
nación” y Sergio María Eisenstein con “Octubre” y “El acorazado Potenkim”
tiempo antes, cuando el cine era mudo, lo fueron para las causas que
enarbolaban, el racismo y el Ku Kux Klan del norteamericano, y la revolución
bolchevique y el comunismo del ruso.
Y
así, toda la historia del cine está plagada de obras cinematográficas con la
propaganda soterrada o las claras, algunas de gran calidad artística como “La
batalla de Argel” de Gillo Pontecorvo, “Salvar al soldado Ryan” de Steven
Spielberg o “Black hawk down” de Riddley Scott, y otras muchas (la inmensa
mayoría) de exigua o nula calidad como la que nos trae al caso, a saber, el
segundo largometraje de la directora dominicana Leticia Tonos Paniagua.
Hablamos
de propaganda y ponemos en esa tesitura a la película “Cristo Rey”, porque
evidentemente encaja, por desgracia, dentro de esos parámetros y no nos parece
que el mensaje que cuenta la película acerca de la confraternidad y la hermandad
entre estos dos pueblos que comparten un mismo territorio insular sea tan
ingenuo como lo que intenta enmascarar la pueril e insulsa historia de amor
entre un ciudadano haitiano y una dominicana.
Ya de
antemano, al comenzar la historia, hay una redada sin fundamento en la que se
comienza a apresar a ciudadanos haitianos de manera violenta y arbitraria (“¡La
camiona, la camiona..!”), a punta de pistola y machete con la excusa (¡vaya
excusa…!) de estar persiguiendo a un delincuente dominicano al que llaman “El Bacá”,
no teniendo relación una cosa con la otra, y de paso, poniéndose a perseguir frenéticamente
como si se tratase de un peligrosísimo delincuente con toda la fuerza pública a
un pobre mozalbete haitiano que simplemente estaba por allí de manera
accidental en el lugar de los hechos.
Las
imágenes y situaciones son ex profeso manipuladas para que el espectador se
conduela de una realidad que sólo existe en las denuncias que se han inventado
todas las ONGs. de gobiernos que adversan a la República Dominicana, de grupos
y círculos de poder (tanto de aquí adentro como del vecino país limítrofe; y
porqué no, de potencias extranjeras como lo son Francia, Estados Unidos y
Canadá, con la ñapa de la Venezuela de Maduro) que buscan solucionar el
problema de la inviabilidad del estado haitiano (por ser, desgraciadamente un
estado fallido) a costa de nosotros y nuestras precariedades, inventándose
todas las barbaridades habidas y por haber (régimen de apartheid, linchamientos
y matanzas en masa, separación de las familias, etc.), usando para tales fines
a grandes nombres de la cultura, uno de ellos hasta galardonado con el Premio
Nóbel, para acusar a nuestro país de régimen racista nazi-facistoide, sólo por el
hecho de querer organizar nuestra política migratoria y preservar la soberanía
nacional, tal como lo hacen todas las naciones soberanas del mundo.
Es
tan evidente el subliminal mensaje antinacional y racista en la película de la
señora Tonos Paniagua, que todos los caracteres de la película se convierten no
sólo en antagonistas morales (el maniqueísmo cómodo y facilón del cine
dominicano), sino que visualmente se establecen las diferencias fenotípicas que
ella trata en vano de convertir en arquetipos: los negros haitianos muy buenos
y réquete sufridos, y los “blanquitos” dominicanos (en un país mestizo) como
bandidos y traidores; si no, véase la confrontación entre el protagonista, el
bueno, más bueno que San Francisco de Asís de “Janvier”, el muchacho “haitiano
y negrito”, y su perverso hermano dominicano, “blanquito y de pelo lacio.”
Pero
lo peor de la historia (por cierto, plagada de clichés y superficialidad en
toda la trama), son los tips que se establecen a lo largo de la proyección, como
el “asco” casi materializado en nausea sentido hacia los haitianos (el vaso que
Jocelyn, la muchacha que luego será su amante, que lava con tanto apremio
después que Janvier tomara agua, para poco después descocotarse en una tórrida
escena de sexo), la declaración de un detenido en la celda de que el problema
de Cristo Rey se debe, entre otras cosas, a los haitianos que los han invadido,
a la inteligencia y honradez de ellos que han sido segregados debido al color de
su piel y raza, etc., convirtiendo la simple historia de amor dentro de un
barrio empobrecido en un glosario de la infamia y la desvergüenza hacia el
pueblo dominicano.
Ahora bien, todo esto que hemos detallado se
revierte sobre la película misma, y esto es así, debido a la paupérrima calidad
que posee (si bien hay que destacar, como casi siempre ocurre con no pocos
filmes criollos, en los cuales hay algunos valores indiscutidos de la
producción, es decir, una buena fotografía, un sonido profesional, musicalización acertada, amén de uno que otro
elemento aislado, como al comienzo, con el concierto de cacharros y objetos
utilitarios que representan la cotidianidad -¿Por qué no habrá continuado así?);
calidad que se ve lastrada con uno de los guiones más pedestres e irracionales
que jamás hayamos presenciado en años (tanto o más que “Biodegradable” y muy a
pesar de estar basado en esa obra inmortal que es Romeo y Julieta), en donde
ninguna de las actitudes de los personajes es justificada con una razón
plausible (¿Por qué eligen a un desconocido como Janvier para que cuide a
Jocelyn, la hermana del Bacá? ¿Cómo es posible que el hermano de Janvier le da
el tumbe de la droga a los forajidos si él no podía acercarse a ellos? ¿Cómo es
que el Bacá, quien se encuentra escondido de la policía, se aparece por donde
quiera y realiza las pesquisas personalmente a la luz del día? ¡Bueno…!).
Si a
esto le agregamos unas actuaciones muy, pero muy discretas en el mejor de los
casos y poco convincentes (salvo algunas honrosas excepciones como la del Pera),
con diálogos planos y faltos de vida, sin sabor a pueblo ni espontaneidad
(todos los actores parecían estar hablando desde una torre de control remoto y
con un mismo cerebro), no hay manera posible que se establezca una identificación
con los personajes, lo que hace insostenible que el público se pueda creer lo
que está sucediendo en la pantalla, convirtiendo los noventa minutos de
proyección en un tediosa espera hacia un final predecible, anticlimático y de
telenovela barata de los setentas.
En
conclusión, el filme “Cristo Rey” (financiado además de capitales nacionales,
lo está también por foráneos, como fondos de ONGs. de la comunidad europea, de
Francia y de “Haití” – ¡Qué casualidad!), busca explotar, sin lograrlo (¡gracias a Dios!),
el supuesto rincón oscuro que anida en los corazones de los dominicanos (los
mismos que les dimos nuestras manos y corazones cuando sufrieron su tragedia en
el 2010): el de la insolidaridad, el de la discriminación y el racismo, el de
la delincuencia y la explotación, la intolerancia, la corrupción, el abuso de
poder, la ignorancia, en fin, en todos los defectos que pueden aflorar en el
hombre cualquier parte del mundo, porque el hombre es hombre aquí, en “Perú”,
en China o cualquier parte (si no, mírese los casos que desempolvaron los
señores Assange y Snowden), pero que en esta película, solamente poseemos como
defectos nosotros, mientras nuestros desamparados hermanos insulares son unos dechados
de virtudes y víctimas de nuestras maquinaciones.
Le
recomendamos a la señora Tonos Paniagua que en una próxima producción, aprenda
la lección y trabaje a fondo el material que vaya a rodar, aunque sea adverso a
nuestro gentilicio, y haga de veras con gran esfuerzo y dedicación lo que hizo
la Riefenstahl, obras maestras del arte cinematográfico, aún si está equivocada
ideológicamente.
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